Dioses, vasallos, y aristócratas.

Dioses, vasallos y aristócratas. Autor: Pedro Trillo. Herramienta: Dall-e

«Estamos viviendo una época en la que tenemos tecnologías de dioses, gestionadas por instituciones medievales en las que trabajan seres con emociones paleolíticas«. Esta frase no es mía, ni de un economista, ni de un tecnólogo, ni de un filósofo, político o empresario; esta reflexión fue el epitafio del biólogo Edward Wilson, que afirmó que este será el mayor problema que afrontará la humanidad en las próximas décadas.

Tecnología de dioses.

No es necesario que los coches vuelen, que te teletransportes a la nave de Star Trek o que viajes en el tiempo. La tecnología actual hace milagros como devolver la vista a los ciegos, permitir que personas con parálisis vuelvan a caminar y hacer que los cohetes espaciales regresen al punto de lanzamiento para ser reutilizados.

La humanidad ha desarrollado tecnologías que, en otras épocas, habrían sido atribuidas a entidades divinas. Si Apolo o Atenea presenciaran estos logros, exclamarían: ¡Vaya, lo habéis conseguido! Pensábamos que os llevaría más tiempo. «Buen trabajo».

Desde la inteligencia artificial hasta la biotecnología, estos avances nos otorgan un poder sin precedentes sobre el entorno y sobre nosotros mismos. Sin embargo, este progreso plantea interrogantes sobre nuestra capacidad para manejarlos de manera ética y responsable.

Cualquier tecnología es un arma de doble filo. No es intrínsecamente buena ni mala, sino que su impacto depende del propósito y las intenciones de quien la utiliza con un fin determinado.

La tecnología subyacente entre Bitcoin y las CBDC o monedas digitales de banco central es la misma; en cualquier caso, según como se use, el resultado es totalmente diferente. Bitcoin es la plataforma descentralizada que más libertad ofrece a los individuos en toda la historia económica de la humanidad.

Sin embargo, las CBDC se pueden convertir en la peor arma de monitorización y control centralizado que haya tenido la humanidad hasta la fecha.

Siempre que aparece una nueva tecnología o un nuevo avance, aparecerá esta dualidad perversa.

Tecnofeudalismo moderno.

Llamarlo plutonismo, postcapitalismo o tecnofeudalismo, como nos intenta explicar Varoufakis. Con la era industrial comenzó el capitalismo y los beneficios reemplazaron a las rentas que los vasallos pagaban a los señores feudales.

Hoy en día, las empresas tecnológicas como GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) en Occidente y BATX (Baidu, Alibaba, Tencent y Xiaomi) en Oriente operan como plataformas multilaterales; son los dueños feudales de la nube, las tierras donde se siembra la nueva era digital.

Esto significa que cualquier persona que se conecte a Internet, de manera directa o indirecta, trabaja y contribuye al funcionamiento de estas nuevas instituciones tecnomedievales contemporáneas.

Si publicas un artículo en Internet, Google se beneficia de ese trabajo; si construyes una aplicación para el móvil, Apple te cobrará un 30% de renta para distribuir en su marketplace; si fabricas un producto físico y quieres vender algo en Internet, pasarás por la comisión de Amazon; si tienes un canal de Youtube, su algoritmo te esclavizará sin descanso para que llegues a tus clientes.

Luego los que producimos en Internet nos hemos convertido en capitalistas vasallos de los señores tecnofeudales que han monopolizado el canal y el medio, Internet.

En contra, en el otro lado, el que no produce, sino que consume contenido y servicios de Internet, no paga con trabajo y rentas como el vasallo capitalista, sino que paga con sus datos; luego todos estamos trabajando para ellos, es un círculo virtuoso perfecto.

Se ha producido una colisión múltiple en la que los nuevos tecnofeudales se sirven de los efectos de red junto con el acceso a capital «infinito» para comprar todas las tierras (la nube) y monopolizar la distribución en la era digital, donde la moneda de cambio no son las cripto, sino la atención.

De la microburguesía low-cost a la aristocracia artificial.

El concepto de «microburguesía low cost» fue introducido por el analista económico y divulgador tecnológico Marc Vidal en 2009. Llevo muchos años siguiéndole desde la admiración y el respeto; siempre aprendo algo nuevo con él.

Vidal analizó una nueva clase social caracterizada por el conformismo y la falta de ambición para crecer, atribuible a un modelo de crecimiento basado en el consumo no estratégico.

Vivimos en una época llena de avances tecnológicos y comodidades impensables en el pasado. Me río yo de los feudales del siglo XVIII: nosotros tenemos Netflix, viajamos a Roma por 20 euros con Ryanair y con 50 euretes compramos medio Primark.

Sin embargo, cuanta más tecnología tenemos, generacionalmente más nos estamos empobreciendo. Tus padres y los míos, cuando compraron su casa, pagaron x2 o x3 de sus ingresos anuales.

Nosotros y nosotras, los millennials, pagamos de media x6 o x8 para poder acceder a la compra de una vivienda, y los que vienen detrás, los Z, pagarán cómo mínimo x10 o x12 de sus ingresos anuales.

Ya sabes, no tendrás nada y serás feliz, y sabes quién será más feliz que tú: aquellos que te dicen que no tengas nada y seas feliz, tranquilo, que ya se quedarán ellos con todo.

Si miramos al medio y largo plazo, ya no habrá burgueses low-cost, sino que aparecerá una nueva clase social: serán los aristócratas artificiales. El aristócrata, por definición, no trabaja (vive de rentas), y siempre va un pelín justo de pasta para pagarse un café.

Los avances recientes en IA generativa, los agentes que vienen y el santo grial de la inteligencia artificial general derivarán probablemente en rentas básicas universales, o como dice Elon Musk, no tienen por qué ser básicas; según él, rentas máximas universales.

En cualquier caso, veremos a más de un aristócrata en la próxima década.

Emociones paleolíticas.

A pesar de tener tecnología de dioses, nuestro cerebro apenas ha evolucionado en más de 70.000 años. Las emociones que tenía un Homo sapiens sapiens cuando afilaba su punta de lanza para cazar un mamut son las mismas que las nuestras cuando escribimos un tweet en X.

Este desajuste puede llevar a conflictos y desafíos en la adaptación a un mundo que cambia rápidamente, evidenciando la necesidad de una mayor inteligencia emocional y adaptación social.

Desde una perspectiva biológica, este es el verdadero reto al que nos enfrentamos como especie.

Un ejemplo que ilustra la coexistencia de tecnologías avanzadas, instituciones tradicionales y emociones humanas primitivas es el uso de redes sociales en la difusión de noticias falsas y discursos de odio.

Las redes sociales facilitan la comunicación masiva, pero también permiten que emociones humanas básicas, como el miedo y la ira, impulsen la difusión de información que puede conducir a consecuencias negativas como la polarización social y la erosión de la confianza en las instituciones democráticas.

Conclusión: El equilibrio entre progreso y humanidad.

Quizá el desafío al que nos enfrentamos en el futuro no es si tendremos inteligencia artificial general o no, sino si nuestra inteligencia emocional primitiva va a ser capaz de adaptarse al ritmo de los cambios exponenciales que hemos comenzado.

Si llegaremos a un punto en el que la brecha de desigualdad sea insostenible.

Si bien la tecnología promete una democratización de oportunidades, el tecnofeudalismo contemporáneo, donde unas pocas empresas tecnológicas dominan la infraestructura digital, podría exacerbar las disparidades sociales y económicas de formas que aún no alcanzamos a comprender en su plenitud.