Futurama: el futuro en un panorama.

Futurama, Autor: Pedro Trillo, Herramienta: Freepik, Modelo:Flux

Entre 1939 y 1940, General Motors presentó en la Feria Mundial de Nueva York una innovadora exhibición llamada Futurama, que se convirtió en un símbolo del optimismo tecnológico de la época. Diseñada para ofrecer una visión del «mundo del mañana» proyectado hacia los años 60, esta exposición invitaba al público a imaginar el futuro a través de los avances previstos en la industria, el urbanismo y la automoción, reflejando el entusiasmo por el progreso que caracterizaba aquellos años.

La exposición de General Motors promovió la inversión en carreteras y planificación urbana, reforzando al automóvil como símbolo del progreso moderno. Con más de 5 millones de visitantes, se convirtió en una atracción clave de la feria y su impacto cultural moldeó la visión pública del futuro, impulsando el desarrollo del Sistema de Carreteras Interestatales y una planificación urbana centrada en automóviles.

Volviendo a nuestra década, Tesla presentó su propia versión de Futurama a finales del año pasado: un futuro dominado por humanoides que preparan gin tonics y flotas de coches autónomos, vislumbrando el ocaso del movimiento woke que ha predominado en los últimos años… Luego llegó Jaguar y lo remató.

Estamos entrando en un periodo de transición en el que queremos dejarnos el pelo largo, pero todavía no nos ha crecido suficiente. Abrimos una etapa de incertidumbre en la que los sistemas establecidos han dejado de ser efectivos, pero los nuevos aún no han tomado forma. Ejemplos claros de esta situación incluyen la crisis de confianza en las instituciones, los cambios sociales acelerados por la tecnología y las incertidumbres derivadas del cambio climático y el avance de la inteligencia artificial.

Quizá estemos en la antesala de la mayor transición en la historia de la humanidad, caracterizada por el colapso de sistemas antiguos y el surgimiento de nuevas estructuras y narrativas. Tengo la sensación de que las actuaciones que se realicen en estos años van a tener un impacto sin precedente, no solo en las próximas décadas, sino en los próximos milenios. Nos jugamos mucho de aquí hasta el 2030.

Nos encontramos en un terreno caótico pero increíblemente fértil para la creatividad, la innovación y el surgimiento de nuevas formas de pensar y actuar. Es un momento en el que personas y comunidades tenemos una oportunidad única de diseñar futuros deseables, en lugar de limitarnos a adaptarnos a los cambios impuestos desde las agendas de los de arriba. Sea cual sea esa agenda, el problema de fondo permanece intacto.

El pesimismo distópico: el camino fácil.

Resulta inevitable, pero biológicamente estamos sesgados hacia el pensamiento a corto plazo, lo que dificulta aún más navegar en este período de incertidumbre, imaginar escenarios negativos, catastróficos o pesimistas está profundamente arraigado en nuestro instinto humano de mecanismo de supervivencia, son fáciles de imaginar, viene en nuestro ADN.

Anticipar peligros y amenazas es una estrategia evolutiva que nos protege hacia el futuro; titulares en los medios, las películas y las narrativas distópicas que dominan la cultura popular, tienden a resaltar el caos (el pesimismo), la inteligencia artificial rebelándose, el cambio climático devastador o sociedades controladas totalitariamente, refuerzan aún más esta inclinación.

Lo difícil es lo contrario; construir escenarios positivos con optimismo es un esfuerzo creativo titánico en este entorno de pesimismo generalizado, un acto deliberado de imaginación que busca cómo las fuerzas actuales podrían converger para crear un futuro mejor, que evite la narrativa catastrofista.

Implica que las soluciones prevalezcan sobre los problemas, implica considerar factores complejos y colaborar para diseñar caminos plausibles hacia el progreso.

Frente a los desafíos de la IA, algunos abogan por limitar, detener o prohibir su desarrollo. Regulaciones extremas o movimientos que intentan «desconectar o parar» la tecnología avanzada.

Pero los problemas no se solucionan simplemente eliminando la tecnología. En lugar de temerla o intentar detener su desarrollo, debemos enfocarnos en cómo mejorarla: «No debemos detener la IA, sino hacer una mejor IA».

La solución a los problemas creados por la tecnología no es menos tecnología, sino mejor tecnología.

La clave está en asumir la responsabilidad y el liderazgo de construir herramientas que beneficien a la humanidad, en lugar de temerlas, paralas, cancelarlas o rechazarlas.

La planificación de escenarios futuros aboga por crear mapas que apunten a rutas que no se han explorado aún, pero el hecho de imaginarlas crea posibilidades y fuerza indirectamente a tomar las decisiones correctas en el presente.

El caos no dura para siempre; en cualquier escenario distópico, los sistemas caóticos eventualmente evolucionan hacia algún tipo de orden, aunque no siempre sea el deseado. A pesar de crisis globales como guerras y pandemias, la humanidad ha mostrado una tendencia general y natural hacia el progreso.

El desarrollo tecnológico y social ha llevado a mejoras significativas en calidad de vida, salud, economía y comunicación; es un hecho objetivo, no queda lugar a la duda. Si hemos llegado a este punto de progreso, es porque hemos desarrollado tecnologías para conseguirlo.

Las distopías ofrecen problemas, pero rara vez proponen soluciones, dejando un vacío en la imaginación colectiva. Luego, dejarse llevar por la narrativa distópica no deja de ser una visión reduccionista del mundo, que puede paralizar la acción y limitar la innovación.

El futuro no es un sustantivo, es un verbo.

El futuro no es algo que sucede, es algo que construimos entre todos, es un acto de requiere colaboración, generosidad, creatividad y una visión compartida de que un mundo mejor es posible. El futuro no es perfección, si no progreso continuo hacia un mundo con más opciones y mejores oportunidades para todos.

No debemos quedarnos en la superficialidad de la idea de «futuro oficial» impuesto por corporaciones o gobiernos, sino que debemos explorar futuros alternativos que reflejen los valores, anhelos y voluntades de las comunidades, de las personas.

Los griegos utilizaban el término denominado telos, que significa «objetivo último» o «propósito final», la «última meta » que guía nuestras acciones en el presente, alineada con los valores y resultados que deseamos en el largo plazo hacia el futuro.

Sin un telos claro, la sociedad corre el riesgo de caer en la inercia, avanzando hacia un futuro moldeado por el azar o por intereses externos que imponen futuros oficiales prediseñados. En cambio, un telos bien definido ofrece un propósito que guía nuestras acciones de manera deliberada, subrayando la importancia de la intencionalidad como motor de cambio y dirección.

Más que limitarse a reaccionar al presente, se trata de diseñar y construir un futuro que encarne nuestras aspiraciones más profundas como sociedad.

Esto requiere practicar la empatía transgeneracional, reflexionando sobre cómo nuestras decisiones y acciones actuales influirán en el bienestar y las oportunidades de las generaciones futuras.

¿Cómo queremos ser recordados como ancestros?

¿Este propósito está alineado con el bienestar a largo plazo y no solo con ganancias inmediatas?
¿Estamos construyendo un mundo donde nuestras acciones de hoy sean recordadas como beneficiosas para la humanidad?

¿Qué tipo de mundo queremos dejar para las próximas generaciones?