Un día como hoy, hace cinco años, me encontraba en la notaría, inmerso en un acto solemne y cargado de simbolismo: la firma de las escrituras de mi empresa. De camino al encuentro, yo iba pensando en mis redes neuronales, la coordinación de unos cambios que pronto saldrían a producción y que tenía pendiente la prueba de la versión completa del modelo de GPT-2 que se lanzó ese mes.
Estaba muy ilusionado, tras un periodo como freelance y un par de años necesarios para una reestructuración personal, en los que realicé el lanzamiento de varias versiones de la web con contenido, viví el paso por diferentes CTOs y se desarrollaron varias versiones muy preliminares de una webapp de datos. Llegué a creer que esto era algo serio, que realmente tenía un proyecto prometedor en mis manos y que, de algún modo, todo terminaría por formalizarse.
Luego me entregaron los documentos: papel de alta calidad, de al menos 200 g/m², con un gramaje que nunca antes había tocado en un documento. La tipografía tenía un aire renacentista, como si hubiese sido sacada del siglo XVI. Por todas partes aparecían sellos con escudos de emblemas indescifrables, acompañados por la inscripción «nihil prius fide«. Por un momento, pensé que estaba frente a un mensaje encriptado, propio de la masonería, cuyo significado se me escapaba.
Sin pensarlo demasiado, le solté a la señorita de administración, mientras me entregaba las escrituras:
«¿Y ahora qué hago yo con esto? Por favor, digitalízamelo y mándamelo por correo en formato PDF.«
¡Misión cumplida! Tras meses de una tortuosa batalla contra la burocracia y el papeleo, la sociedad finalmente estaba constituida.
Por aquel entonces, todo el mundo hablaba de blockchain y smart contracts, pero mi visita a la notaría fue un baño de realidad. Caminando de vuelta, no podía evitar pensar: «Pedro, espabila. Estamos todavía en este mundo de sellos y firmas. «No te vengas arriba con redes neuronales y esos líos generativos raros». Y pensé que al salir del portal con el pergamino, me estaba esperando un carruaje.
Cronología de una startup.
En la vida de una startup tecnológica, hay dos hitos cruciales para su creación y supervivencia. El primero es superar el primer año, un desafío brutal. Antes de lanzar, te montas tu película, imaginando cómo todo encajará, pero la realidad golpea fuerte: se llama mercado. Muy pocas startups logran pasar ese filtro inicial, con tasas de mortalidad que superan el 90%.
Después de eso, empieza la verdadera prueba: un ejercicio de sacrificio y fe en todos los sentidos. Sacar el proyecto adelante con recursos limitados requiere una mezcla de perseverancia, creatividad y, a veces, algo de suerte. Es ahí donde se define si la startup tiene lo necesario para seguir adelante.
El siguiente hito temporal se establece a los cinco años; si el 90% se cae en el primer año, llegar al quinto año es casi un milagro: solo un 4% de las que comienzan lo logran. Dentro de este grupo, un 0,01% destaca por construir desde cero negocios tecnológicos disruptivos que aprovechan grandes oportunidades de mercado y generan un valor enorme.
Otras startups siguen un camino más estable: no generan titulares ni crecimientos explosivos, pero son negocios sólidos, con buenos ingresos y costes controlados, auténticos «caramelos digitales«. También están aquellas que, sin cifras impresionantes, consiguen mantenerse a flote y ser rentables a base de constancia.
El empresario o empresaria que monte un bar también tiene un riesgo alto de no llegar al quinto año, pero qué duda cabe que los locos que nos dedicamos a esto, intrínsecamente tenemos una tolerancia al riesgo muy por encima de la media, y cuanto más innovador sea el proyecto, mayor será la complejidad y el riesgo de fracaso que tendremos que afrontar. Es el precio de intentar cambiar las reglas del juego.
Reflexionemos por un momento: en nuestro país, solo en la Comunidad de Madrid hay más de 10.000 bares, mientras que el número total de startups en España apenas alcanza las 11.000. Sinceramente, no me creo ninguno de estos datos. Es probable que haya muchos más bares y, al mismo tiempo, muchas menos startups, dependiendo de cómo se defina «startup».
Lo que está claro es que, por pura estadística, el número de startups siempre será bajo, ya que hay una complejidad asociada muy diferente de los negocios tradicionales o habituales. Montarlas es un reto complejo, que exige innovación, recursos y una visión a largo plazo.
Además, la cultura empresarial y el marco gubernamental de nuestro país, junto con las regulaciones que llegan de Europa, no facilitan precisamente el camino, sino que lo complican cada vez más. Por decirlo de forma suave, el entorno no es el más favorable para los emprendedores que buscan crear negocios de alto impacto.
Todo lo contrario, la sensación es la de luchar contra corriente; a efectos prácticos, estamos solos.
10 lecciones de emprendimiento: ¿Qué he aprendido en estos años?
Más que lecciones, reflexiones en voz alta, y lo que aquí os cuento, no deja de ser aprendizaje de un solopreneur que transformó el trabajo en una forma de vida; lo que sé, lo sé bien, y de lo que no sé, no voy a hablar.
Mi liguilla a día de hoy son pequeñas startups con mentalidad de camello, que salen adelante con sus propios medios sin capital riesgo, que priorizan la libertad y la creatividad para innovar por encima de otras variables. En este camino no estoy solo. A mi lado está mi fiel escudero y CTO de mi empresa, quien me ha acompañado durante todos estos años. Y lo seguirá haciendo a futuro, pero como cofundador de nuevos proyectos que ya estamos maquinando juntos.
10. La incertidumbre es mi compañera.
En una startup, casi todo puede cambiar en un instante, a la velocidad de la luz. Con el tiempo, me he hecho amigo de la incertidumbre: me acompaña, me toma de la mano, la escucho, y de alguna forma logramos entendernos. Ahora fluyo con ella, aprendiendo a aprovecharla y transformarla en mi aliada.
9. Los equipos se crean en las tormentas.
Llevar un velerito con olas de nueve metros no es tarea fácil. El verdadero trabajo en equipo no nace en el afterwork ni en los eventos corporativos; se forja en las tormentas, cuando las cosas se ponen difíciles. Es ahí donde el respeto y la admiración mutua se convierten en la fuerza que permite superar cualquier obstáculo. Donde los egos desaparecen, dejando paso a un propósito común, más grande que cualquier individuo de una organización.
Si se superan los temporales y hay supervivientes, se habrá creado un vínculo que va más allá de lo profesional. Es una conexión basada en la confianza, el respeto mutuo y la certeza de que se puede superar cualquier desafío. Ese tipo de lazo no se construye en los buenos momentos, sino en las dificultades, donde se prueban los valores y las fortalezas de las personas.
8. Freemium? No gracias.
Sólo las grandes empresas o las startups con mucho capital privado en la cuenta del banco pueden permitirse tener usuarios gratuitos. La cultura del todo gratis no se puede aplicar a las pequeñas startups; te lleva a la ruina. Pide la tarjeta desde la creación de la cuenta, reduce el tiempo de la trial gratuita a la mínima expresión y cobra desde el primer día. La mejor forma de validar tu producto es que te paguen desde el primer día de lanzamiento; si lo consigues, continúa; si no, monta otro proyecto.
Prefiero tener cientos de trials al mes con un factor de conversión alto, a miles de trials en un freemium con una conversión ridícula, un gasto alto y una saturación de soporte, tener una base de usuarios gratuitos extensa te puede llevar a la falsa sensación de tener algo grande entre las manos, pero la realidad es cruda, y en muy pocas ocasiones funciona esta estrategia para pequeñas startups. Luego pide la tarjeta y cobra desde el primer día.
Sobre el pricing, otro error muy común en este mundillo: como Netflix tiene un plan de 9 € al mes, ¿cómo voy a cobrar 19 €? Como Spotify, que tiene un plan de 11 € al mes, ¿cómo voy a cobrar 29 €? Olvídalo, no eres Netflix ni Spotify, que son multinacionales con un negocio mundial a escala, que pueden permitirse poner esos precios.
Eres una startup pequeña que tiene que sobrevivir, luego cobra por el valor que ofreces, no por comparaciones absurdas y sin sentido. Si ofreces un valor diferencial en un nicho específico, tus clientes pagarán el precio que sea justo. En este tipo de proyectos, los usuarios no suelen ser sensibles al precio; sin embargo, los fundadores siempre tenemos la sensación de estar cobrando caro.
7. Maratón, no sprint.
La importancia de crear una visión a largo plazo: el compromiso se firma con uno mismo; en mi caso, dije que estaría al menos cinco años dedicado a sacar adelante a la startup y, ya cumplidos, me comprometo otros cinco.
En el mundo de las startups es muy complejo comprometerse por un largo periodo, mirar lejos en el horizonte, precisamente por los continuos vaivenes que suceden. Sin embargo, es imposible sacar el proyecto adelante sin un compromiso mínimo de diez años; se trata de una carrera de fondo, no se puede enfocar como un sprint, aunque todo lo que rodea a una startup suceda a la velocidad del rayo, el horizonte debe ser siempre en el largo plazo.
6. Crecimiento o rentabilidad.
La clásica disyuntiva a la que se enfrenta un emprendedor de startup, si entro al juego del capital riesgo o no entro, está cargada de implicaciones estratégicas y personales. Optar por el capital riesgo significa acceder a una inyección de recursos que puede acelerar el crecimiento de manera exponencial, pero también implica ceder control y enfrentarse a expectativas elevadas por parte de los inversores.
Éstos buscan retornos rápidos y significativos, lo que puede llevar al emprendedor a tomar decisiones enfocadas únicamente en el corto plazo, muchas veces sacrificando la visión original del proyecto.
Por otro lado, rechazar el capital riesgo permite al emprendedor mantener el control total sobre la empresa y priorizar una evolución más orgánica, pero a costa de un crecimiento más lento y posiblemente menos competitivo. Este camino requiere una gestión extremadamente cuidadosa de los recursos y una mentalidad enfocada en generar valor de manera sostenible.
En definitiva, la decisión de entrar o no en el juego del capital riesgo debe basarse en una evaluación honesta de los objetivos del emprendedor con ese proyecto, la naturaleza del mercado en el que estás, si el proyecto es realmente invertible (es decir, si se cumplen las premisas), y por último la capacidad del negocio para operar bajo presiones externas.
Ninguna opción es intrínsecamente mejor que la otra, pero ambas exigen un liderazgo claro, estrategias bien definidas y un compromiso con los principios fundamentales de la empresa.
5. Lo que funciona, funciona, y lo que no, deshazte.
Uno de los mayores problemas que encontramos las startups está en la distribución, que la tienen los grandes. Competimos como cosacos en un lugar que se llama Internet, que poco a poco está mutando a un lugar inóspito. Las oportunidades de generar tráfico orgánico en el 2000 eran extraordinarias, estaba todo por hacer; en el 2010 bajaron, y ahora en el 2024 crear una web con tráfico en Internet es casi una misión imposible, ya está todo pillado.
La oportunidad que brinda ahora la GenAI para crear miles de nuevas startups y nichos colisiona con que nunca fue más difícil la distribución de contenido orgánico en Internet; se añade el cambio de la búsqueda con IA en Internet que va a cambiarlo todo aún más. Luego, sí o sí, a futuro vivir del orgánico va a ser casi imposible; se tendrá que pasar por opciones de pago de anuncios, redes sociales o influencers para poder distribuir productos tecnológicos.
Luego, mi obsesión siempre ha sido la de abrir nuevos canales de distribución; siempre me ha preocupado más cómo llego a mis clientes, en qué canal, y si será rentable, que centrarme en el producto o la tecnología. Cuando pienso en una idea nueva, por defecto pienso en cómo voy a vender esto y, sobre todo, dónde, ¿en qué canales?, antes de empezar una línea de código.
Se invierte mucho el tiempo haciendo muchas pruebas de canales, intentando diferentes estrategias de marketing, en lugar de centrarte en lo que funciona. En las empresas, como en la vida, hay muy pocas cosas que funcionen; luego, en lo que funciona, multiplica x10 el esfuerzo y la dedicación, y en lo que no funciona, deshazte muy rápido. La tendencia es intentar abrir y probar nuevos canales y nuevas estrategias, cuando en lo que hay que invertir el tiempo y el esfuerzo es en maximizar hasta el infinito aquello que te funciona.
4. No te pases con el océano azul.
Como personas, hay emprendedores de todos los colores, y mi cerebro por defecto viene cableado para crear océanos azules (un océano azul es un espacio dentro del mercado que aún no ha sido explorado ni explotado). No puedo ir contra natura. A lo largo de todos estos años escribiendo, he hablado en voz alta muchas veces de algunas ideas de startups que se me pasan por la cabeza o que tengo en mi to-do list, y en todos los casos, por defecto, siempre me salen ideas de startups en océanos azules.
No podría comenzar una startup en un océano rojo (un entorno empresarial altamente competitivo y saturado, donde las empresas luchan por obtener una porción de la demanda existente), o hacer copycats o importaciones de ideas empresariales de otros o adaptaciones y despliegues en mi país de modelos de startup que ya se validaron en otros países, y por cuestión de huella, surge la oportunidad porque falta ese servicio en mi país o no está en mi idioma, o simplemente el creador original no tienen interés de entrar en el mercado español.
Yo no valgo para eso, para mí, el componente azul es lo que me mantiene en una motivación intrínseca continua para llevar adelante el proyecto; el componente rojo lo vería como un empleo normal y corriente, sin la capa de reto de innovación que tiene el océano azul. Son dos mentalidades de emprendedor diferentes: los rojos son oportunistas (ven que existe un hueco, una oportunidad en el mercado por explotar, importando un modelo de negocio de afuera), los azules somos innovadores (nos anticipamos e intentamos crear un hueco nuevo en el mercado, que en la gran mayoría de los casos no funcionará).
Pero ojo, no nos engañemos, por estadística, los que ganan dinero de verdad son los rojos, y en nuestro país, el 98% de los proyectos de startup que mueven la aguja y se hacen grandes fueron aquellos que entendieron que un modelo de startup de afuera con alta demanda y un mercado validado (normalmente Estados Unidos o Europa) todavía no se había implantado dentro del país, aquí el reto está en cómo importar ese modelo en tu país, que funcione, y construir una gran empresa en el camino, que no es poco.
En los océanos azules puede hacer mucho frío; luego, si he aprendido algo estos años, es que en los futuros proyectos no serán ni rojos ni azules, serán océanos violeta, la fusión del azul con el rojo.
3. El equilibrio en tu vida personal y laboral.
En los inicios de una startup, es crucial encontrar un equilibrio: que la empresa no consuma a la persona y que la persona no devore a la empresa. Es un momento de alta exigencia, con jornadas maratonianas, dificultad para desconectar y una presión constante en todos los frentes. El error más común es dejarse arrastrar por esta vorágine y perder de vista lo verdaderamente importante: las relaciones personales, el cuidado físico mediante el deporte y una alimentación saludable.
Cuando se descuidan estos aspectos, la persona comienza a desvanecerse en una espiral tóxica que puede terminar con la visita de un amigo indeseable: el temido «burnout«. Evitar este escenario requiere priorizar el bienestar y recordar que, al final, una startup es un proyecto, pero tu salud y tu vida personal son insustituibles.
En ocasiones, te puede afectar a tu identidad como individuo; se puede ser el fundador de X, el empresario de Y o el experto de Z, o lo que sea en tu vida laboral, pero al final lo que importa es el humano que hay debajo, que el personaje no se coma a la persona.
2. Que la maquinita no pare.
En todos los casos, el objetivo clave es claro: mantener el juego en marcha. Da igual cómo lo hagas, lo importante es no perder todas tus vidas ni quedarte sin créditos para continuar la partida. Tienes que asegurarte de tener suficientes monedas en el bolsillo, usar sabiamente las herramientas que encuentres y superar cada nivel de dificultad en el camino.
Al final, el reto es llegar hasta el último escenario y completar la aventura con éxito. Como en cualquier buen juego, se trata de perseverar, adaptarte y disfrutar del viaje, pero por favor, que no te salga la pantalla del «Game Over«.
1. Nihil prius fide (Nada antes que la fe).
Resulta que al final tenía razón el notario, y nada de lo anterior tendría sentido, si no entiendes que nada va antes que la fe, y que para hacer realidad una startup, debes creer en ella desde el primer minuto.
La fe no es solo un acto de creer en algo intangible; es el motor que te impulsa a avanzar cuando las circunstancias se complican. En el mundo de las startups, donde los obstáculos son la norma y las certezas son escasas, la fe en tu visión y en tu equipo se convierte en el ancla que te mantiene firme.
No se trata de fe ciega o irracional, sino de una confianza profunda en que el esfuerzo, la pasión y la dedicación darán frutos. Esa fe no solo sustenta tus decisiones, sino que también inspira a quienes te rodean a sumarse a tu causa. Sin ella, todo lo demás —las estrategias, los planes, las herramientas— pierde su propósito y dirección.
Por eso, recordar que «nada antes que la fe» no es solo un mantra, sino una filosofía necesaria para liderar con determinación, superar las adversidades y construir algo que valga la pena. Es la chispa inicial y la luz que te guía cuando todo parece oscuro. Si no crees en lo que haces, ¿cómo esperas que otros lo hagan?